Allá por inicios de los noventas, un disco llamó mi atención. La banda se llamaba “Chagall Guevara”, en la tapa tenía la foto de unas “rejas de cementerio” ¿?, y fotos de la banda que perfectamente podrían haber sido tomadas por Anton Corbjin. Títulos como “Candy Guru”, “Murder in the Big House”, o “Play God”, me sonaban interesantes, y el tener a Steve Taylor, me hizo pedir que piquen un poco el álbum. Y sí, me llevé a casa ese maravilloso disco debut.
Corría 1991 e incorporé a Chagall Guevara a bandas como Believer, Mortification, Trouble y Galactic Cowboys. Pasaron décadas, tres décadas para que surgiera así de la nada (prácticamente) este nuevo disco (si, así como One Bad Pig, o Lovewar regresaron, estos tipos de sonido muy excéntrico también regresaron).
Inicia con “Resurrection #9” y no, nada que ver con el tema experimental de los Beatles titulado “Revolution #9”, donde un rock melodioso va llamando la atención, guitarras armonizadas, una base de batería bien aplicada, y una sección vocal donde Taylor habla sobre la estupidez de las selfies y el Culto Auto Personal. Las guitarras de Lynn Nichols y Dave Perkins llaman la atención y despliegan “Got Any Change?”, que me recuerda algo de los Talking Head, mientras habla sobre cómo los políticos decepcionan a la gente, para meter “Surrender”, donde se nota que la voz de Taylor está algo más áspera (¿o decidió que suene así?) y algo de Blues por ahí.
Tres temas que te dan ganas de seguirlos escuchando y hace años que no me pasaba eso. “A Bullet´s Worth a Thousand Words”, ideal para repiquetear los dedos sobre una mesa en un bar, con una cerveza fría delante, y oírlos a la distancia mientras el sonido envolvente de la voz y las guitarras te hunden, hasta que llega un Blues-Grass; estos tipos están completamente crazy al darnos “Still Know Your Number by the Heart” (tanto que me dan ganas de poner a ZZ Top o a Mumford & Sons) y “Goldfingers”, le vuelve a pegar a políticos y corporaciones con un sonido cercano a REM + Aerosmith. Sí, son capaces de poner sonidos así.
El disco suena fresco, lleno de matices, de trabajo elaborado y pensado. El título del disco puede asociarse al Martín Pescador (el pájaro); pero mi creencia es que va ligado al mito Griego de Halycon, un pájaro que colocaba su nido sobre las aguas del mar, y éste se serenaba, y no provocaba olas, para que durante esas dos semanas de incubación, existiera la calma, o sea, es un sinónimo de esa “Calma”, que en algún momento llegará a la vida. Ahora “Halycon Days”, el que da título al disco; y lo reproduje dos veces seguidas para descubrir esa enorme cantidad de capas, sub capas y sonidos que trae en eso cuatro minutos de duración. Escuchen, nada más luego en “I, Madness” hay un regreso a ese disco inicial, el sonido en general, la voz, el clima; no perdieron esa chispa primigenia, en absoluto. Es más, me recuerda a U2 en sus primeros años.
Wade Jayness es el encargado del bajo (no al frente, pero si a lo Jhon Deacon) y tras los cascos está Mike Mead, un relojito suizo que tiene el tempo y la fuerza justa para cada golpe. “Treasure of the Broken Land”, las guitarras distorsionadas, van encendiendo el fuego de esta pieza. Querían algo con una armónica metida por ahí, y un clima a lo Texas Rock; pues, disfruten chicos. “Los vientos de las alas de (el Ángel) Gabriel, soplaran pronto sobre los huesos huecos”, dice parte de su letra, bien arriba.
Un disco que puedo recomendar, tanto a los amantes de rock, funk, como a los que buscan algo “fuera de lo regular”.